Liberales y conservadores
En la contraportada de El liberalismo mexicano en pocas páginas, de don Jesús Reyes Heroles (selección de su alumno y secretario particular, Otto Granados Roldán), publicado en la Colección Popular del FCE, se citan estas líneas escritas por Mariano Otero:
«En México no hay ni ha podido haber eso que se llama Espíritu Nacional, porque no hay Nación. En efecto, si una nación no puede llamarse tal, sino cuando tiene en sí mismo todos los elementos para hacer su felicidad y bienestar en el interior, y ser respetada en el exterior, México no puede propiamente llamarse nación.»
Mariano Otero, Obras, Tomo I/II, p. 127, México: Editorial Porrúa.
Este crudo diagnóstico, elaborado en lo que debió ser un muy amargo diciembre de 1847 (el mismo año de la traumática derrota contra EE.UU. y la pérdida de la mitad del territorio), marcó la ruta para la creación de un programa y de una ideología liberal (que no fue homogénea, ni fue de bloque), programa e ideología que ayudaron a generar un “espíritu nacional”, a partir de la creación de una Nación Mexicana, luego de la promulgación de las Leyes de Reforma y de la guerra en contra de la intervención francesa, 15 años después, guerra de la que salieron triunfantes los liberales.
Pero en México, el liberalismo entonces fue una copia (extra-lógica, como enseñó Gabriel Tardé) del liberalismo europeo y norteamericano. En esa medida, los valores del liberalismo quedaron falseados de raíz y lo mismo le sirvió a los radicales, que a los conservadores que se incrustaron en el porfirismo, que al PRI del siglo XX.
El gran esfuerzo de don Daniel Cosío Villegas —y que Octavio Paz y varios más (agrupados en Vuelta) continuaron de una forma crítica—, fue el rescate de los valores fundamentales del liberalismo, al tiempo que denunciaron su trastrocamiento durante el priato (y su abandono por la llamada “izquierda” a favor de una ideología dogmática).