Nosotros, los codependientes
Con demasiada frecuencia, me sorprendo especulando sobre la “psicología” del Presidente, sobre su psique:¿qué lo motiva, cuales son los resortes secretos de su actuar, qué es lo que desea?
Hoy, gracias a la lectura de un artículo inteligente y bien argumentado, que parte de la experiencia en Venezuela —consúltese: Alberto Barrera Tyszka, “AMLO frente al espejo”, publicado el 14 de junio de 2020—, caigo en la cuenta de que habría otra interrogante, algo así como una pregunta negativa que sería necesario hacer, aunque para muchos de los críticos de AMLO su respuesta parezca ser por demás obvia: ¿por qué nos ocupa tanto señalar los errores y hasta criticar cada movimiento que realiza el Presidente?
Lo que señala en su artículo Alberto Barrera Tyszka, novelista y periodista venezolano, que vivió en carne propia la degradación de la democracia en su país, debería llamarnos a una profunda reflexión.
Se sabe que todos los populistas padecen de eso que en psicología se llama narcisismo. Esto es: la creencia de que todos los problemas de una sociedad dependen de la solución que pueda darle el líder carismático. Pero se olvida que, así como en el antiguo mito griego —que recrea el poeta romano Ovidio, en su obra clásica Las metamorfosis—, Narciso siempre requiere de un espejo; y más aún: la imagen sobre el agua en donde Narciso se ve reflejado es el núcleo del mito y de toda la tipología llamada narcisismo.
Pues bien, hoy la opinión pública es el espejo del líder populista. Y, sobre todo, aquél sector de la opinión pública que es más crítico del populista y de sus dichos y actos.
Recordemos el mito, en su versión romana, que es la más difundida:
La ninfa Eco se enamora de un joven vanidoso, Narciso, luego de seguirlo por el bosque cuando él estaba cazando ciervos. Aunque quiere hablarle, Eco no puede hacerlo, pues Hera ya la había castigado, condenándola a sólo poder repetir la última palabra de lo que otros le dicen (y es por eso que llamamos “eco” al fenómeno acústico que nos devuelve nuestra propia voz). Cuando la ninfa se le aparece y quiere abrazarlo, Narciso la rechaza. Desconsolada, Eco se refugia en una cueva donde morirá solitaria y de inanición y sólo quedará su voz condenada a repetir la voz de otros. Pero un día, engañado por Némesis (diosa de la justicia distributiva y de la venganza), Narciso se acercó a las aguas de un arroyo y quedó tan fascinado por su propio reflejo que fue incapaz de dejar de mirarse, pero tampoco fue capaz de poseer eso que miró reflejado sobre el agua. Desesperado, Narciso se ahoga en su propia imagen de agua y ahí, a la orilla del arroyo donde él murió mirándose, creció una flor —la flor del narciso.
El mito, en esta versión de Ovidio, tuvo una clara intención didáctica: advertirles a los jóvenes de los peligros de la vanidad. El problema con esta historia de Narciso es que, así, se le pone poca atención a la historia de Eco, su contraparte en el drama. Se cree que el narcisismo sólo es asunto de Narciso, cuando en realidad es una dinámica entre éste y Eco y Némesis y la imagen en el arroyo, el poder que ella ejerce.
Regreso al carácter narcisista de los líderes populistas: no pueden ser sin el eco de la opinión pública, ese eco es también su reflejo sobre el agua. Lo que Barrera Tyszka (que no acude a una interpretación del mito) nos propone en su artículo es que, para el éxito del líder carismático y. populista, resulta mucho más importante el eco y el reflejo que le devuelven los que se le oponen, que el eco y el reflejo de sus propios seguidores.
Ahora bien, si esta dinámica la trasladamos al terreno de la psicología —concretamente, en la línea de las llamadas “psicologías del yo”—, resulta que esa dialéctica encaja en lo que esos psicólogos llaman “codependencia”. La conclusión sería similar a la que señala Barrera Tyszka en su texto: los principales cómplices del éxito y la popularidad del líder populista y carismático son… sus críticos, igual que la existencia de un codependiente depende de poder salvar y resolverle la vida a los demás. Porque en la medida en que el discurso siempre gira alrededor del líder populista, él es quien dirige y concentra el debate en su persona, y acaba por identificarse con el alma de la nación misma.
¿Cómo romper y sanar la codependencia? Los libros de autoayuda —vulgarizaciones de las psicologías del yo que abundan por doquier, a propósito de ese tipo de relaciones también llamadas “tóxicas”— recomiendan, primero, tomar conciencia de la codependencia misma: admitir, digamos, que “se necesitan dos para bailar un tango”; luego, rechazar toda tentación de victimizarse (por culpa del otro o por culpa propia) y, finalmente, cortar de tajo la relación codependiente, ya sea retirándose, ya sea replanteando los términos de la misma (cuando alejarse no es opción).
Por el otro extremo, en la llamada psicología profunda (o psicoanálisis), la ruta ni es tan sencilla ni tan esquemática ni tan “efectiva”: no habría, en el sentido estricto, una cura ni una cabal toma de conciencia. Siempre habrá en el paciente la tendencia a caer en la neurosis y establecer relaciones perversas (dependientes) con otros. El curso por seguir es el análisis, la reflexión y la meditación, constantes, acerca de las “razones” inconscientes que los empujan a generarse este tipo de relaciones dependientes.
Pero no nos engañemos. Aunque así se describa el fenómeno, nada de esto puede llevarse con éxito al terreno de la política. Y además, hay que reconocerlo, AMLO ha capturado el inconsciente de una enorme mayoría de los mexicanos, sea para volverlos fanáticos de su causa, sea para generar el rechazo más profundo y visceral.
Para desplazarlo del poder, se necesitaría un populista tan efectivo como él, pero con un mayor grado de empatía emocional. Por hoy, no hay una figura así en el horizonte.
Quizá sólo una acción en bloque, compacta y coordinada de todos los frentes opositores a la 4T, podría restarle efectividad al presidente y a su causa. Y no parece que vaya a ser el caso, al menos en el corto plazo.