La mirada de mis perros (o la nueva “humanidad”)
Las palabras y las cosas (1966) es un libro muy famoso de Michel Foucault, que le dio notoriedad de pop-star a su autor, porque anunció el fin del hombre y del humanismo (algo que Friedrich Nietzsche ya había anticipado casi 90 años antes y que, a mediados de los años 40, Martin Heidegger en su Carta sobre el humanismo sugirió que se debía superar).
Pero el efecto de Las palabras y las cosas fue tan demoledor que el mismo Jean-Paul Sartre —quien antes había identificado al existencialismo con el humanismo y que, sin embargo, optó por apoyar al estalinismo—, tachó a Foucault de fascista (eso sí: sin perder el sueño por los crímenes que se cometían a diario en la URSS).
Creo que el mayor aporte de Michel Foucault, cuyo pensamiento debe ser aún objeto de amplios debates, está en colocar la pregunta sobre lo que llamamos humanismo en el centro de la reflexión: ¿qué es lo que nos hace ser hombres (y mujeres)? ¿Hemos sido humanos, siempre igual? ¿No es la humanidad un trasunto histórico, relativo, variable y azaroso, que significa cosas diferentes, en diferentes momentos de la historia? ¿No es el humanismo un invento más o menos greco-judeo-cristiano, propio sólo de Occidente, cuya pretensión imperialista ha sido convertirlo en un valor universal? ¿Qué tanto el humanismo es la versión láica de un pre-juicio que colocó al ser humano en el centro de la creación? (Génesis, Sófocles).
Vivimos días en los que el llamado “humanismo” debería ser, otra vez, llamado a cuentas:
- ¿Qué hemos hecho con este planeta?
- ¿Qué hemos hecho con tantas y tantas especies vivas?
- ¿Qué significa tener “compasión”, si detrás de los ojos que miramos no reconocemos un lugar, un mundo, un sistema de vida viva que sostenga al otro que miramos?
- ¿Cuál es el límite para nuestra acción, en un mundo con recursos y seres vivos limitados?
La nueva humanidad
Una nueva humanidad no la encontraremos entre nosotros y no aparecerá por arte de magia en nuestro aislamiento (escribo estas líneas en días de la pandemia). Sólo seremos capaces de reconocer nuestra nueva humanidad (ya bajo amenaza por el cambio climático, por la extinción de especies animales y vegetales, por el agotamiento de los recursos, por el envenenamiento de los mares y la atmósfera) al mirarnos en los ojos del resto de los animales vivos aún y de todos los seres vivos con los que compartimos este planeta.
En lo personal, yo encontré una pista a una nueva humanidad —para mí, sólo para mí— en la mirada de mis perros.
Sin saberlo o buscarlo, fueron ellos los que me abrieron los ojos y, a la distancia, con el peso del extrañamiento y con la nostalgia de su amor incondicional, me reconozco humano en tanto que reconozco la enorme falta que me hacen cada día.
Su falta es, sin embargo, su mayor regalo hoy.
En uno de los últimos fragmentos póstumos escritos por Friedrich Nietzsche, encuentro esta frase: «El amor a los animales — en todos los tiempos se ha reconocido en eso a los solitarios…» (Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos, septiembre de 1888 [vol. IV, cuaderno #19 [1] §5])
La muerte del hombre
Todos los días me llegan por Facebook imágenes de animales (casi siempre perros) abandonados, maltratados, abusados, golpeados, dejados a su suerte en un mundo hostil que no comprenden.
Hace unos 140 años, Friedrich Nietzsche escribió: “Dios ha muerto”. Hace poco más de 50 años, Michel Foucault escribió: “El hombre ha muerto”.
Si hemos de volver a ser humanos, si hemos de recuperar un nuevo rostro humano, ello no será posible si antes no restablecemos nuestra liga natural con los animales… y con las plantas… y con la tierra.
Y no podremos hacerlo sin reconocernos en su mirada: fiera, asustada, penetrante, curiosa, tierna, plena de animalidad.
No volveremos a ser humanos sin ellos.
Y no tendremos futuro en esta tierra si no reconocemos que somos un inquilino más en este planeta, si no reconocemos que no somos “los dueños del edificio”.