Fantasmas
¿Por qué nos gustan tanto las historias de fantasmas? ¿Qué significa suspender nuestras convicciones racionales y dar por cierta la realidad de los espectros o de un más allá que, de pronto, se manifiesta más acá? ¿Qué tipo de historias sólo los fantasmas las pueden contar o sólo se pueden contar si admitimos su presencia?
Bioy Casares, en su prólogo a la Antología de la literatura fantástica —que compiló con Borges y Ocampo— sostuvo que las historias de aparecidos son anteriores a la literatura, tan “viejas como el miedo”, aunque el género fantástico aparezca propiamente, en inglés, hasta el siglo XIX. Acaso los primeros relatos orales de espectros y fantasmas fueron simultáneos a nuestra capacidad para socializar alrededor de una fogata común, esa valla de protección en contra de las fieras que nos amenazaban allá afuera.
Los espectros no sólo han servido a la literatura —o al revés: no sólo la literatura se ha servido de ellos. Su uso ha sido más o menos constante en la filosofía, desde Platón hasta Derrida (por cierto, Marx se sirvió del espectro para arengar a favor del llamado “socialismo científico”, en un célebre pasaje del Manifiesto). Ni siquiera las llamadas “ciencias positivas” escapan al fantasma (Heisenberg y el principio de incertidumbre, el bosón de Higgs).
Se podría argumentar que, en esos casos, el espectro y el fantasma operan como meras figuras retóricas. Es probable, pero entonces ¿por qué precisamente esa metáfora y por qué no otra?
Hay que admitir que el fantasma es único para expresar una cierta “realidad” imposible de aprehender sin antes admitir su presencia.
En castellano, nos dice la RAE, la palabra “fantasma” proviene del latín phantasma, que a su vez proviene del griego φάντασμα (phántasma), que literalmente significa “aparición”. El fantasma es lo que aparece, es lo que queda impreso, lo que deja huella; fantasma es la ausencia que se nos revela a través de una huella y un rastro.
En lengua inglesa el término correspondiente es ghost, del antiguo inglés gāst, que a su vez tiene origen en el antiguo germano gaistaz, raíz del alemán Geist (espíritu, espectro). Pero los términos Ghost/Geist no sólo nombran al fantasma, el espectro y el aparecido, también apuntan hacia el espíritu, el hechizo (haunt) y la furia (wraith/wrath).
Acudiendo a las viejas leyendas medievales, el romanticismo alemán y el inglés pusieron en circulación al fantasma, lo que consolidó la llamada “novela gótica” (de El castillo de Otranto y E.T.A Hoffmann, a Poe, Dickens y Dracula, hasta las obras de Stephen King o Anne Rice). Pero, como recuerda Bioy, los primeros relatos de fantasmas de los que se tiene registro ya aparecen desde la literatura china.
Parece, por lo tanto, que existe una cierta cercanía entre el espectro, lo ausente y la violencia. ¿Por qué el espectro y lo ausente se asocian a la violencia?
Elsinore revisited
Érase un país feliz. Érase un rey, amado por su pueblo e idolatrado por su hijo —que lleva su mismo nombre: Hamlet.
Nada sabemos de los afectos del príncipe Hamlet por su padre, el rey Hamlet, previo a la muerte de éste. Sabemos casi desde el inicio de la obra de Shakespeare que, tras la muerte del rey, el príncipe se ha tornado melancólico y que su humor es apagado, que prefiere estar solo, que sus pensamientos son oscuros y profundos.
Luego de su entrevista con el fantasma del rey —que se manifiesta al pie de su propio monumento— el príncipe Hamlet se torna maniaco y morboso, apenas logra dormir, renuncia al amor (del “Get thee to a nunnery, go” al “…poor Ophelia”) y acaba por vengar violentamente el asesinato de su padre, que fue planeado y ejecutado por su tío, con la complicidad de su propia madre.
Y (subrayo) es un fantasma quien desata esa violencia letal, mortal. ¿Por qué Shakespeare —siguiendo, al parecer, la tradición de alguna vieja leyenda— elige a un fantasma como el gatillo de esta violencia? ¿O fue Shakespeare elegido por el fantasma?
Arriesgo una respuesta: porque las palabras que no se dicen y porque todo lo que no nos atrevemos a nombrar acaban por convertirse en espectros.
El fantasma representa el poder absoluto del pasado, de lo irracional y de la violencia.
México parece ser tierra elegida de fantasmas, pues hay tanto que no se dice, hay tanto que callamos y que no nos atrevemos a hablar, hay tantos secretos que nos sentimos obligados a guardar, tantas vergüenzas que nos habitan, tantos sótanos y áticos que nos urge limpiar.
De los poemas de Acuña y de Nervo, a los de Cuesta y Gorostiza y los nocturnos de Villaurrutia; de los cuentos de Arreola a los fantasmas del mejor Carlos Fuentes —“Chac Mol” y “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”, Aura, y Cumpleaños—, hay una larga tradición de fantasmas en nuestra literatura que, se supone, siempre pretendió estar dominada por algún tipo de realismo “comprometido”, que quiso dar fe de una realidad que siempre resultó incompleta y trunca.
Sí, aquello de lo que no se habla, eso, regresa siempre como fantasma.
Yo he estado, estoy habitado por fantasmas.