Retornos de lo reprimido
En Occidente (ese fragmento del vasto mundo) se ha afirmado que la Historia apunta y avanza siempre hacia adelante. El Tiempo es imaginado como una especie de flecha que avanza hacia lo que sigue, hacia lo que no es aún, pero que (confiamos) llegará a ser. Así lo postuló Agustín de Hipona, último Padre de la Iglesia y su primer Doctor. Así también lo dictó la fe positivista en el Progreso o la ingenua esperanza humana que se expresa en la conocida frase: “Mañana será un mejor día”.
Desde Giambattista Vico (1668–1744) sospechamos que no es así, pues el fundador de la filosofía de la Historia propuso que el tiempo histórico avanza, sí, pero en un corsi e ricorsi, es decir: en un ir hacia adelante que es un regresar, el regresar que es ir hacia adelante… La mejor imagen que se me ocurre es la del movimiento del péndulo de un reloj.
Los antiguos pueblos originarios de México no tenían dudas: el tiempo es circular. Atados a una temporalidad agrícola, que cada año se repite idéntica, sabían que el tiempo regresa sobre sus propios pasos. La vida —que entre ellos, no lo olvidemos, jamás era individual— era una repetición eterna y cíclica de lo mismo. Algo similar habrían suscrito los mitólogos griegos: el tiempo vuelve, el destino regresa y se repite, se cumple siempre, como la serpiente que se muerde la cola.
Retornos eternos
Debemos a Friedrich Nietzsche la idea del “eterno retorno de lo mismo”, idea que le cae de un sólo golpe (en agosto de 1881), mientras meditaba al borde de la célebre roca cercana a Surlej, en la Alta Engadina suiza.
Años después, Sigmund Freud volvió a proponer, ya no para la realidad física sino para la vida psíquica, una idea acaso paralela a la de Nietzsche. Dado que en el inconsciente no hay tiempo (y, por lo tanto, tampoco hay olvido, sólo hay memoria), en esa región de nuestra psique todo sucede simultáneamente, todo es actual, todo es presente.
De ahí que ciertos eventos, que antes fueron reprimidos, pueden regresar y manifestarse sin cambio aparente en la vida psíquica presente del individuo y de los pueblos. Freud llamó a este proceso “el retorno de lo reprimido” y desarrolló varios ejemplos de ello, tanto en algunos de sus casos clínicos como en sus ensayos culturales (véase, especialmente, Moisés y la religión monoteísta, de 1938).
Pero me parece que el llamado “retorno de lo reprimido” es a fin de cuentas una especie de elaboración psicoanalítica del nietzscheano eterno retorno de lo mismo. Si bien se debe recordar que el “retorno de lo reprimido” llega acompañado y va de la mano de la “compulsión a la repetición”, propia de toda neurosis, pues se encuentra en la base del deseo.
Regresiones mexicanas
En México, con su actual gobierno, experimentamos hoy de una manifestación de ese “retorno de lo reprimido”, y de una “compulsión a la repetición”.
En efecto, eso que creímos superado y abandonado (nuestro pasado estatista, patriarcal y autoritario), se manifiesta de nuevo ante nuestros ojos… y regresa con un cierto sabor a venganza (¿mencioné que en Nietzsche el “eterno retorno” suele elaborarse como un símil de lo representado y, así, del “espíritu de venganza”?). De ahí que este gobierno, que se dice progresista, sea en realidad regresivo y autoritario.
Pero, ¿por qué repetimos? ¿Por qué nuestra compulsión a repetir? ¿Por qué nuestra resistencia a ser algo abierto, a ser otra cosa, en fin: por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer que —como advirtió, con alta poesía, Arthur Rimbaud— somos siempre otro?
En 1960, Jorge Luis Borges, citó a Spinoza y escribió que “todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”. Lo que es una manera de decir: todo quiere mantenerse en su propio ser —ser siempre piedra, ser siempre tigre— para no morir.
Borges redactó ese ensayo, “Borges y yo”, en un momento de auge del peronismo y del militarismo, que se presentaban como las únicas alternativas para la Argentina. Hoy nosotros (y todavía Argentina) nos enfrentamos a una disyuntiva similar…
Nos hacen falta más salidas, otras opciones.
La única opción, nuestra única opción, es atrevernos a imaginar otras alternativas y romper nuestro “círculo del eterno retorno” al que estamos encadenados, como Prometeo. El primer paso es reconocer que repetimos, que volvemos a ese lugar, a esa situación ya conocida, aunque con la ilusión de que, aunque regresamos, avanzamos.
Darse cuenta de ello no es fácil. Tampoco es una labor de unos pocos ni de unos cuantos años. Romper con el pasado puede llevarnos toda una vida —es un trabajo de generaciones. Y no será sencillo porque, después de todo, dejar de padecer esa “compulsión a la repetición” es esa tarea titánica, que se cumple paso a paso y generación tras generación.
Desde ayer, ya llegamos tarde para cumplirla.