Lógica, doble vínculo y cuidado de sí
En Occidente, existen tres principios que dan fundamento a nuestro razonar lógico: el principio de identidad, el principio de no contradicción y el principio del tercero excluído (o tercero excluso). Aristóteles, discípulo de Platón, los formalizó hace más de 2,300 años, en su Organon (del griego όργανον, “instrumento”), un libro fundacional que hoy llamamos Lógica.
El llamado principio de identidad fue originalmente propuesto por Parménides en el siglo V a.C. Este principio indica que “lo que es, es; y lo que no es, no es”. Es decir, A = A, mientras que ¬A = ¬A, donde el signo ¬ significa “no”. Aristóteles lo retomó como el primer principio de su “lógica” (su instrumento para razonar).
Salto al principio del tercero excluído (o tercero excluso), que dicta que, frente a dos juicios contradictorios —i.e. “yo soy” y “yo no soy”—, uno de los dos es falso, mientras que el otro es verdadero, y que no existe un tercer juicio posible. En lógica matemática (o proposicional), este principio se expresa así: (A ∨ ¬A), donde el signo ∨ quiere decir: “excluye”.
Pero será el llamado principio de no contradicción el que más discusiones va a inspirar en los siglos venideros. Según éste, “un ente no puede ser y no ser, al mismo tiempo, del mismo modo y en el mismo lugar”. Es decir: yo no puedo ser yo y no ser yo, al mismo tiempo, en el mismo sentido y en el mismo lugar.
Pero entonces, ¿qué pasa con Dios, que es Uno y Trino? (uno de los temas que se discuten en el célebre Concilo de Nicea I).
O, ya entre nosotros, meros humanos, ¿qué pasa con un esquizofrénico?
Naufragios y delirios
En Las razones de la locura (FCE, 1986), libro estupendo de Jacques Adout, con varias entrevistas a psiquiátras, médicos, filósofos, psicoanalistas y pacientes que han padecido este mal, se puede leer en la primera, escalofriante y conmovedora entrevista (a un paciente), que la locura “es el gran naufragio del yo”.
El yo, de suyo ya dividido (tenemos, no hay que olvidarlo, dos hemisferios cerebrales), sucumbe ante las exigencias simultáneas de lo real y de lo psíquico profundo. El resultado es trágico, porque quien era A ya no es A, aunque en apariencia siga siendo A, pero lo será de otra forma: reconocemos su cara, su cuerpo, su voz, su presencia, pero ese A que conocimos antes, ya no es más. Vemos a un muerto en vida.
Ciertamente, todos cambiamos todo el tiempo y cada día, pero seguimos siendo la misma persona gracias a la memoria, que nos une a nosotros mismos y a los otros que nos rodean. El psicótico, en cambio, padece de una especie de trastocamiento de su memoria, que le hace delirar alrededor de algunas ideas fijas que le acechan —ideas que son sólo suyas y que no comparte con nadie más. Simplifico en extremo un asunto demasiado complejo, porque me interesa destacar esto: todos participamos de alguna manera en la psicosis, pues es una realidad mucho más cercana de lo que nos atrevemos a reconocer.
Va una prueba simple. Durante el enamoramiento, cuando de verdad es enamoramiento, solemos padecer de una especie de “delirio” que nos hace proyectar a la persona amada hacia alturas que nadie más comparte: es la más bella, la más interesante, la más inteligente, la más simpática, la más bonita, etcétera —es en suma: el centro de la Creación. Nada ni nadie existe de verdad, excepto la persona amada, que se ha vuelto el eje del Universo.
Pero, cuando pasa el enamoramiento, comienza la relación de dos adultos tratando de comunicarse, de acompañarse y de quererse a pesar de las diferencias que los separan. Es una labor que muchas veces fracasa o que puede llevar toda la vida. Y será gracias a la memoria compartida de ese enamoramiento delirante, que encontraremos la fuerza necesaria para seguir al lado de la persona amada… porque el delirio nos inspira, nos invita a soñar y, a veces, nos impulsa a tocar “el cielo con las manos”, como anuncia el título de aquella novela de Mempo Giardinelli.
Locura, dolor, padecer
Si la locura es más cercana de lo que creemos (si bien, tarde o temprano, pasará esa fase delirante del enamoramiento), ¿qué hace que el loco siga siendo loco todo el tiempo? Lo dice ese paciente del libro de Adout: una tragedia, un holocausto —“el gran naufragio del yo”. A ya no es A.
Imaginemos por un instante vivir enamorados todo el tiempo… o padecer eternamente los celos —vivir siempre secuestrados por esos arrebatos extremos de la pasión y del sentimiento, ser incapaces de trabajar, de disfrutar y de concentrarnos en nada… y así tendremos una vaga idea de lo que es vivir en psicosis.
Hablo aquí, entonces, de un dolor extremo, de un dolor psíquico: ese que, porque nos habita, no podemos arrancarnos de ninguna forma, excepto a través del fanatismo (i.e. entregándonos a una creencia, aunque sea absurda) o de la intoxicación (i.e. drogas, alcohol). Sigmund Freud lo explica mejor y más ampliamente en Psicología de las masas y análisis del yo (1921).
El “doble vínculo”
Pero mucho han evolucionado la psiquiatría, el psicoanálisis y las psicoterapias en los últimos 100 años o más. Rescato, para el tema concreto de la esquizofrenia, la teoría del llamado “doble vínculo” (double bind), desarrollada en Palo Alto, California, por Don Jackobson y un grupo de especialistas.
Brevemente, la teoría del “doble vínculo” asegura que, desde la perspectiva de la teoría de comunicación, un esquizofrénico es víctima de dos mensajes contradictorios, mismos que suelen venir —de forma verbal o no-verbal, consciente o inconsciente— de los padres. Frente a esa contradicción, que se experimenta en la piel y en el cuerpo y con un dolor profundo, sin fondo, el futuro esquizofrénico “decide” resolverse aniquilándose a sí mismo —el naufragio del yo.
Hay, por supuesto, condiciones somáticas o genéticas, el uso y abuso de drogas o de alcohol… pero el elemento comunicacional —verificado en muchas familias de esquizofrénicos— no deja de ser interesante. Porque la familia repite ese mensaje contradictorio.
Nuestra esquizofrenia
Este señor que cobra de presidente nos sujeta, todos los días, a esos mismos mensajes contradictorios que están en la génesis de la esquizofrenia: se ha manifestado en contra de la intervención extranjera, pero ¿cuando le conviene? interviene en los asuntos de otros países; su llamada transformación es pacífica, pero él agrede y ataca y descalifica con violencia a los que se le oponen y lo critican; se dice demócrata, pero al final sólo resulta válida su palabra y la de los suyos; critica la corrupción del pasado, pero sobre la corrupción actual de su propio gobierno y de su familia no dice nada (incluso la niega); sostiene que nadie está por encima de la Ley, pero viola la Ley de manera sistemática; “no mentir” es uno de sus mantras, pero cada día nos receta en promedio 80 mentiras (según la cuenta que lleva Luis Estrada, de SPIN)… y así, un largo etcétera.
¿Qué provocan en el llamado cuerpo social tal cantidad de mentiras, tal cantidad de mensajes contradictorios? Envenenar el discurso público; polarizar a la sociedad mexicana y enfrentarnos entre nosotros mismos, atendiendo más a las diferencias que a las coincidencias.
En otras entradas de este mismo sitio (aquí y aquí) he dicho que el sujeto que cobra de presidente es un síntoma pero no es la enfermedad. La enfermedad la llevamos dentro de nosotros y nos llevará muchos años, siglos acaso, resolverla. El punto de partida es (atrevernos a) comenzar a decirnos la verdad, dejar de mentirnos, sobre nosotros en lo individual, pero también en lo colectivo.
«¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu?»
—Friedrich Nietzsche, «Fragmentos póstumos»
La mala noticia es que hemos perdido mucho tiempo (200 años y contando) inventándonos nuevas mentiras para ocultar los huecos que han dejado las primeras mentiras que nos contamos.
Como dije aquí, la mentira en una llaga y como toda herida deja un rastro —la cicatriz. Atender a los mensajes contradictorios, que ni siquiera hablan de lo realmente importante, sólo nos desgarra, nos enfrenta y, a la postre, nosotros mismos servimos para alimentar así el “delirio” del esquizofrénico.
Es tiempo de atender a los problemas reales y dejar de ponerle tanta atención a las ocurrencias. Vivimos en un país que se desgarra por: la inseguridad generalizada y el avance de la delincuencia, la falta de servicios de salud, la falta de medicinas, la falta de apoyos efectivos a la población para que todos puedan trabajar en libertad, la falta de protección y hasta la indolencia hacia las mujeres víctimas de violencia de género, la falta de inversión y de empleo, la falta de una política de Estado que apoye la educación de calidad, la falta de estímulos para crear empresas que se sumen a la revolución del conocimiento, un entorno internacional que nos obliga a ser más competitivos y a estar unidos, etcétera etcétera etcétera.
Atender a los temas y dejar de lado las ocurrencias es nuestro deber principal y quizá el único. Enfrentado a los temas y a sus resultados, este gobierno no tiene salida posible, no tiene resultados o argumentos, no tiene futuro. Su respuesta sólo será un bla-bla-bla sin los hechos que lo sostengan. La popularidad no es y nunca ha sido una solución para nada: ser el más guapo de la escuela no te garantiza pasar de año, ser el más hablador no garantiza que tengas razón en nada.
Desengancharse del discurso esquizofrénico no es sencillo: requiere atención, requiere estar atento a uno mismo, requiere cuidado de uno mismo (cuidado de sí, cura sui, epimeleia heautou, ἐπίμέλεία ἑαυτοῦ, cfr. Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto, FCE).
Sólo si atendemos a nosotros mismos, podremos tener un futuro posible y una vida feliz. Porque somos seres humanos entre muchos seres humanos… y nada más.