Carta a un maestro y un amigo

Carta a un maestro y un amigo

«Qué injusta, qué maldita, qué cabrona es la muerte
que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos».
—Carlos Fuentes, En esto creo

Muy querido Miguel Ángel:

Te escribo devastado por tu partida, súbita y sorpresiva. Te escribo tratando de atinar para encontrar las palabras que, silenciosamente, mantengan vivo nuestro diálogo, siempre enriquecedor. Te escribo, en fin, para crear entre tu fantasma y yo aquello último que te propuse, luego de tu invitación a plasmar nuestros intercambios en una obra que luego podríamos compartir con otros. Entre tus últimos mensajes me dijiste que lo estabas meditando.

Quizá algo intuías, Miguel Ángel… Hace dos meses me citaste para comer muy cerca de tu casa. Nos volvimos a ver en persona, luego de casi tres años de no poderlo hacer, a consecuencia a la pandemia (qué gran ironía). Entre sendos whiskies y platos japoneses sostuvimos un último y largo diálogo en persona y nos despedimos.

Pocos días después me enviaste una lista de todos esos textos que te han obsesionado desde hace años. Hoy ya lo leo como una lista de tus pendientes y tus obsesiones, la ruta para transitar detrás de tus pasos por esos “caminos de bosque”. Algo, creo, intuías —quizá no tú, pero sí quizá tu inconsciente…

Estos son los textos que, sin saberlo o sin querer, “me dejaste de tarea”:

  • De la Biblia: el libro del Génesis y el prólogo al Evangelio de San Juan.
  • De Platón: la República (especialmente el libro VII) y el Banquete (especialmente la participación de Alcibíades, cuando ilustra cómo con los ojos te puedes reconocer gracias a otro).
  • De Sigmund Freud: La “Comunicación preliminar” (en los Estudios sobre la histeria).
  • De Jacques Lacan: un texto relacionado con lo anterior (que tendré que investigar, pues esa referencia no me la dejaste explícita).
  • De Martin Heidegger: Ser y tiempo y ¿Qué significa pensar? (el libro que muy lentamente estábamos revisando, masticando, rumiando).
  • De Paul Ricoeur: Freud: una interpretación de la cultura, aunque aquí yo agregaría también varios ensayos que solías citar del Conflicto de las interpretaciones y de sus Conferencias y escritos (vol. 1).

Querías, me dijiste, darte también tiempo para leer los tres volúmenes de Tiempo y narración y además esa obra inmensa: La memoria, la historia, el olvido. Ambos de Ricoeur.

Vaya… Casi nada, Miguel Ángel, ¿eh?…

Ricoeur fue, me lo confesaste varias veces, fundamental en tu evolución intelectual tras cumplir tus 40 años, y de tu entendimiento genuinamente humanista del psicoanálisis. Tú, con tu ejemplo y tu guía, con tu conocimiento implícito del personalismo de Maritain y de Mounier y de Marcel, lo fuiste en la mía.

Nos conocimos hace más de 40 años, Miguel Ángel. Tú eras entonces el director del Departamento de Filosofía en aquella querida UIA de la Campestre y sus gallineros... Despistado y sin la más remota idea de nada, acudí a verte llevado por mi prima Guadalupe, para que aprobaras mi reconsideración de cambio de carrera (de Comunicación a Filosofía) para poder ingresar a la Ibero. Tiempo después me diste clases de Lógica y de Lógica Matemática, con rigor y generosidad. Compartimos maestros en común —el enorme Miguel Manzur, por ejemplo, o el querido padre González Uribe— y, con la querida Gloria Prado, tú y ella me transmitieron su intenso entusiasmo por el psicoanálisis de Freud, la hermenéutica de Ricoeur, la filosofía reflexiva de Husserl y Heidegger, el misterio de Nietzsche, y muchos otros autores más que rompían el canon de la tradicional y rigurosa línea escolástica, para escándalo de muchos.

A lo largo de todos estos años, me fuiste contando detalles de tu infancia en el viejo centro histórico de la ciudad de México, a un costado de la Catedral y del Templo Mayor, del empeño y tesón de tus padres, de tus memorias de tu tío materno —el amigo de Celestino Gorostiza y de Xavier Villaurrutia y de Salvador Novo, con quien acudías a la ópera los domingos y al que visitabas cada Navidad en su casa de Coyoacán. Un día me presumiste una primera edición de Nostalgia de la muerte, dedicada por el poeta a tu tío, una verdadera joya.

Me es imposible imaginar mi vida sin tus enseñanzas y sin tu ejemplo. Mucho menos sin tu amistad de tantos y tantos años. No pasará ni un día sin que me pregunte: ¿qué opinará Miguel Ángel sobre esto, o sobre esto otro?

Ten por seguro, querido maestro y muy querido amigo, que mantendré viva la llama de tus propuestas de reflexión. Porque, como dijera Heidegger: todos esos textos “dan qué pensar…”

Seguiremos dialogando, de ahora en adelante en silencio… porque de ti aprendí que eso somos: un zoón logikón: un “animal portador de palabra” que, por ser también zoón politikón (animal social), lleva consigo una palabra que debe ser siempre compartida (en un dia-logos): compartida con el otro, con un otro que puedo ser yo mismo.

Hasta luego, querido Miguel Ángel, y hasta nuestra próxima sesión. Nos encontraremos puntualmente en la siguiente reunión de nuestro “seminario” de cada jueves.