La llaga y la cicatriz (I)
Medio de Larisa es un personaje notable, aunque un poco sombrío, enigmático. Oficial de Alejandro Magno, es posible que haya formado parte de la caballería tesaliana. Muchos sostienen que pertenecía al círculo más íntimo del heredero de Filipo e hijo de Olimpia, quien llevó a la cultura helena por el Mediterráneo, conquistó casi todo el mundo conocido de la Antigüedad y murió en Babilonia, en el palacio de Nabucodonosor II, un día de junio del año 323 a. C.

Hay una tradición que acusa a este Medio de haber conspirado —junto con su amante Yolas, el copero de Alejandro, hijo de Antípatro—, para envenenar a Alejandro, ya convertido en dios por sus contemporáneos. Antípatro, recordemos, fue general de Filipo II, y quedó como regente de Macedonia, a pesar de la oposición de la madre del joven monarca.
La versión de una conspiración aparece por primera vez en un libro del Pseudo Calístenes, Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, un auténtico best-seller de su tiempo. En esos años, el éxito de una obra no se medía por el número de copias hechas de la misma (que por fuerza eran manuscritas), sino por la cantidad de idiomas a las que se había traducido. En esa temprana biografía, compuesta pocos años después de la muerte de Alejandro, se narran con exotismo diversos episodios de la vida del héroe macedonio. Sin embargo, se sabe que la obra está plagada de errores y de invenciones.
Vida y hazañas…, que fue escrita en griego, probablemente en Alejandría y por encargo del diádoco Ptolomeo —y que muy pronto fue traducida al latín, armenio, sirio, árabe, turco, copto, etíope y hebreo— fue, hasta la época renacentista, el segundo libro más traducido en el mundo, sólo superado por la Biblia.
Fama postrera
En su Moralia, Plutarco acusa a Medio de ser uno de los muchos aduladores que convencieron al más famoso discípulo de Aristóteles de llevar a cabo algunas de sus acciones más reprobables. Pero en su Vida de Alejandro (que forma parte de sus Vidas paralelas), ese mismo historiador descarta como simple rumor o llana invención la teoría de que la causa de la muerte de Alejandro fue una traición de algunos de sus más íntimos. Flavio Arriano, en Anábasis de Alejandro Magno, es de la misma opinión.
A pesar de ello, el nombre de Medio de Larisa quedó asociado para siempre a esa mentira, nacida quizá de la maledicencia. Se podría pensar que, de esa manera, se hizo un poco de justicia en el mundo, pues si por algo más Medio se ganó un lugar en la historia fue por promover el uso de la calumnia como arma de guerra.
Descendiente de una familia noble de Tesalia, los antepasados de Medio aseguraban estar relacionados con el clan de los Aleuadas. Estos, a su vez, remontaban su línea dinástica hasta el mismísimo Heracles (Hércules), a través de su hijo Tésalo, que le dio nombre a esa zona, convertida en provincia de Macedonia por Filipo II. En la Odisea, Homero (s. VIII a. C.) llama a esa región por su nombre más antiguo: Eolia.
La calumnia en contra de Medio echó raíces porque habría sido en su casa —un espacio dentro del palacio de Nabucodonosor—, en el transcurso de una cena que le ofreció a Alejandro, que éste sintió los primeros estragos de la enfermedad que lo llevó a la tumba a los 32 años.

[Fuente: Classical Numismatic Group, Inc.]
Armas de guerra
Tras el fallecimiento de Alejandro, Medio —conocido también como Medelo de Larisa— fue nombrado comandante supremo de Antígono I el Tuerto, uno de los diádocos: los generales que se dividieron los territorios conquistados por “el Grande” y que después se hicieron la guerra entre ellos.
Parece que si por algo destacó el de Larisa fue por su retorcida inteligencia, puesta al servicio de la causa militar, utilizando la mentira como artefacto bélico.
«Ordenaba a sus seguidores que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz.»
—Plutarco, Moralia, “Cómo distinguir a un adulador de un amigo”, §24
Mil quinientos años después de Plutarco, Francis Bacon, filósofo precursor de la revolución científica, elabora un concepto muy similar. Se trata de una variación de la misma idea expuesta por Plutarco y que, con el tiempo, se había convertido ya en conseja popular.
«Sicut enim dici solet de calumnia: Audacter calumniare, semper aliquid haeret…»
—Francis Bacon, De la dignidad y el desarrollo de la ciencia (1624)
[«Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda…»]
Si bien entre una y otra versión las palabras han cambiado —detalle que no resulta menor—, puede decirse que la esencia se mantuvo intacta.
Y sin embargo, hay un “algo” que ha desaparecido…
En su texto, Bacon llama “algo” a eso que queda. En la versión de Plutarco, ese “algo” que queda tenía nombre: lo llamó “cicatriz” y opera como un testigo mudo de la herida previamente recibida.