Mañana marchamos
Para mi madre, guerrera, en memoria de mi hermana Lourdes y para de mis ancestros.
Mañana marchamos. Todos unidos. Marchamos para defender nuestra joven democracia (apenas 25 años). Yo marcharé con mis íntimos fantasmas. Marchamos para rechazar una reforma regresiva de un eterno candidato a la presidencia —un hombre que ya probó de sobra que no tiene y que nunca tuvo ni la altura ni la dignidad necesarias para llamarse presidente de todos los mexicanos.
Marchamos. Marchamos juntos. Como en 1988, como en 2004. Mañana. Todos. Juntos. Marchamos.
Nuestro grito, nuestra demanda, nuestra exigencia es una, y sólo una: el INE no se toca. (O así: #ElINENoSeToca para repetirlo en nuestras redes sociales.)
No sé cuántos vamos a acudir, pero sospecho que seremos decenas de miles.
Y desde hace un par de semanas confieso que duermo intranquilo, pero también duermo confiado. Confiado porque en el fondo creo (elijo creer) en mi gente y porque creo en mi país… aunque con frecuencia sea muy crítico de nuestras múltiples taras nacionales.
Intranquilo, porque ya quiero que sea mañana, porque me urge que ya sea mañana. Me urge que ya despertemos de esta pesadilla y encontremos un camino —quizá estrecho, seguramente difícil— para reconciliarnos entre nosotros, para reconstruirnos y para ser de nuevo un solo país, una sola sociedad que está de acuerdo en lo fundamental: construir una Patria amplia y generosa para todos, pero íntima y cercana para cada uno de nosotros. Una Patria como la que soñó uno de nuestros más grandes poetas: Ramón López Velarde (leer con calma su “Suave Patria”, pero también su ensayo “Novedad de la Patria”), el poeta tan querido por mi abuelo Guillermo.
Aquel 1988
Marcharemos, repito, como en 1988. Yo entonces (lo confieso) trabajaba en la campaña del candidato oficial: Carlos Salinas de Gortari. Por azares del destino y por la decisión de mi jefa, esa tarde/noche del 6 de julio de 1988 estuve en Bucareli, en la Secretaría de Gobernación, estuve dentro de ese recinto. Y vi cuando el secretario de Gobernación, Manuel Barlett, dijo durante la sesión de la Comisión Federal Electoral (CFE) que el sistema se había caído. Vi la reacción incrédula de los demás comisionados de los partidos de oposición. Vi la cara dura, sin expresión, de los funcionarios.
Poco después supimos que una manifestación, encabezada por los tres candidatos de oposición: Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Maquío Clouthier y doña Rosario Ibarra de Piedra, se encaminaba al Palacio de Cobián. Desde un balcón miré entrar a Gobernación y dirigirse a la oficina de Bartlett a los tres candidatos de oposición. Afuera, una gran masa —mayoritariamente compuesta por jóvenes, jóvenes que gritaban consignas, los jóvenes que hoy faltan— los respaldaban y esperaban. Aquí una foto de esa noche:
Pero yo no estaba solo es ese balcón. A mi izquierda, mi ex-jefa en una oficina en la Presidencia, que ya era diputada federal por el PRI. A mi derecha, un subsecretario de Gobernación. Ella le preguntó, preocupada: “¿Oye, crees que el sistema aguante?” Él le respondió, con total candor: “El problema, creo, es saber qué tan roto quedó”. Para mí este diálogo fue (a la distancia) la confesión, no de una derrota del candidato oficial, sino (mucho más importante) de la quiebra de un Sistema: su fin final después de más de seis décadas de operar para que (casi) siempre ganaran los candidatos oficiales. Escribí sobre esa jornada aquí.
El resto ya es historia: durante ese mismo sexenio de CSG se creó el Instituto Federal Electoral (IFE) y nueve años después, en 1997, el PRI perdió por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados. México iniciaba así, por primera vez en su historia, una transición pacífica a la democracia, una causa anhelada por múltiples generaciones de mexicanos, al menos desde mis bisabuelos (que padecieron la mal llamada Revolución) hasta mis padres. La transición ocurrió, sin conficto y sin derramar sangre, en el año 2000: un presidente del PRI le entregó el poder a un candidato del PAN.
Para todos fue una fiesta nacional.
La marcha de los pirrurris
Pero la fiesta no fue para todos. En 2004, dos secuestros de dos adolescentes que, por sus altos perfiles socio-económicos, generaron enorme atención de los medios y, en medio de un clima de enorme inseguridad en la ciudad de México, provocaron que la sociedad decidió decirle al gobierno local: “¡Basta!”
Distintas organizaciones civiles, varios líderes de opinión y medios de información se unieron para convocar a una marcha que, desde su origen, demandaba una sola cosa: seguridad, combate efectivo al secuestro y a los grupos del crimen organizado, que parecían ser los dueños de la ciudad.
Al margen apunto que es curioso que hoy, tantos ya no recuerden el estado de sozobra en el que vivimos en el entonces Distrito Federal entre 2000 y 2004, cuando el impresentable despachaba como Jefe de Gobierno del DF. No sabíamos lo que todavía nos esperaba.
Fiel a su estilo, el entonces jefe de gobierno descalificó esa marcha, nos llamó pirruris y continuó con su administración desastrosa y corrupta, de la que hubo y hay amplias evidencias. Una tara nacional: no logramos aprender de nuestros errores (siempre y cuando, a cambio, nos den becas, tarjetas de débito, tinacos, ladrillos, costales de cemento… nuestra ciudadanía y dignidad a cambio de migajas).
No es de extrañar que, hoy, como presidente (sic) del país, ese mismo sujeto se dedique a descalificar, a insultar y que asegure que una marcha de ciudadanos (que no de sus acarreados) le hace “lo que el viento a Juárez”. Ya veremos.
Mañana, el futuro
Regreso a nuestra marcha de mañana.
Había, ya, muchísimas razones para manifestarnos: el desastre del sector salud, la quiebra del sistema educativo, el derroche milmillonario de recursos en obras que carecen de todo sentido, el avasallamiento de instituciones y de organismos autónomos, la bochornosa coptación de los poderes Legislativo y Judicial, la violación sistemática del más elemental marco legal, y un largo etcétera que involucran la destrucción de décadas enteras de trabajo ciudadano.
Pero la destrucción del INE, del TEPJF, la destrucción de un padrón electoral confiable y la modificación arbitraria de las reglas para la representación popular en el Poder Legislativo, ya son intenciones que rebasan todo límite. Pues se trata de acciones que prometen dinamitar todo lo construido durante al menos los últimos 25 años. Una tarea que, al menos, requirió los desvelos de dos generaciones de mexicanos (incluyendo la generación del propio López Obrador).
Por eso hay que marchar mañana, por eso mañana hay que marchar. Con alegría, con confianza, unidos, ciertos de que el futuro es nuestro. El presidente (sic) nos va a descalificar, nos seguirá insultando. No importa. Importamos nosotros: primero importamos nosotros, todos nosotros, importa nuestro futuro, el futuro de todas y de todos —y ese futuro es impensable, es imposible sin democracia.
“Mal sistema”, la calificó Churchill, “excepto porque todos los demás sistemas son peores”.
Marchemos. Marchemos por nuestra democracia: la mía, la tuya y la de todos: nuestra democracia. Porque el INE somos todos, porque el INE es de todos: Yo defiendo al INE.