FRENAAA: jugar con fuego
Varios de mis amigos están a favor de que López Obrador deje la presidencia lo antes posible. A la fecha, ya son al menos tres que me han invitado a unirme al Frente Nacional Anti AMLO (también conocido como FRENAAA o FRENA). Decliné las invitaciones y a uno de ellos le ofrecí dos razones:
- No creo en posiciones bipolares (amigo/enemigo, guerra/paz, bueno/malo, blanco/negro), porque son terriblemente simplistas y porque replican el odio y el espíritu de venganza (Heidegger, ¿Qué significa pensar?).
- No creo en la efectividad de los movimientos anti, porque de origen me parecen estériles. Los movimientos reactivos suelen verse sólo al ombligo y ajustan la realidad al limitado horizonte de su punto de vista: no logran ver más allá o más acá, no ven al futuro o al pasado, sólo les preocupa el presente en el que se finca su propia reacción.
No sé si mis argumentos lo hayan convencido, pero tampoco le juzgaría mal si se mantiene en su posición original. No lo culpo: este gobierno ha cometido agravios profundos en contra de muchos grupos sociales; no sólo contra los empresarios, también contra las mujeres, las minorías, los más vulnerables (niños con cáncer, imperdonable), los así llamados “fifís”, los periodistas y opinadores que no se ajustan y que cuestionan la narrativa oficial, los intelectuales que se atreven a pensar por sí mismos (el primer deber de cualquier hombre ilustrado) y, más recientemente, en el colmo de la soberbia, debemos sumar a los médicos, a los científicos, los profesionistas, los investigadores…
Todo lo que se aparta de la narrativa del cuento que se cuenta la llamada “Cuarta Transformación” es interpretado, de inmediato, como (y no exagero) una desviación al dogma, un pecado mayúsculo que deberá ser castigado y denunciado públicamente. Sobre el hereje lloverán calificativos simples, adjetivos que no describen nada: corrupto, neoliberal, fifí, conservador… Se trata de toda una narrativa que polariza, que divide, que insulta en el sagrado nombre de “el Pueblo”, esa cosa abstracta que siempre han utilizado los tiranos autoritarios para justificarse ante la historia, su verdadero Amo, en el sentido que Lacan le dio a esa palabra (Lacan, Hegel).
Nuestro sistema de gobierno aún nos garantiza libertades fundamentales (expresión, tránsito, asociación). Pero muchos ya dudan que éstas vayan a permanecer por mucho y de que, al corto o mediano plazo, no se vean limitadas, alegando lo que Giorgio Agambem llama un “Estado de excepción”.
Es natural: eso mismo ya ocurrió en otros países de Latinoamérica que padecen gobiernos populistas, que degeneraron rápidamente en el autoritarismo y hasta en el totalitarismo.
En el contexto de la actual pandemia y de la extendida suspensión de actividades, los empresarios (formales e informales) son quizá los que más han padecido las consecuencias económicas de esta emergencia. Actividad reducida al mínimo; empresas paradas; cadenas de distribución rotas; falta de liquidez para seguir pagando sueldos, impuestos y prestaciones, por no mencionar ese gran cáncer de doble cara, que existe desde hace años: la inseguridad y la impunidad.
Por eso, resulta natural que, en el norte del país, el área geo-económica que más se distingue por su espíritu emprendedor, surjan las voces del más agrio descontento, voces que exigen la renuncia inmediata del presidente y que incluso ya lo tachan hasta de traidor.
A estas alturas, ya es más que evidente el desprecio de López Obrador por los empresarios… de cualquier tamaño. Quien no lo reconozca es un ingenuo… aunque sea el presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE).
Crítica y dogmatismo
Si, como dijo Santiago Ramírez (parafraseando, a fin de cuentas, a Sigmund Freud), “infancia es destino”, la biografía de López Obrador da señales claras de la particular psique del presidente. Para él, México encarna, en esencia, en el pueblo pobre, que es en esencia el sureste, que sería Tabasco, que es Macuspana.
Esta visión suya es impermeable a la crítica —entendida ésta no como una respuesta negativa en contra de algo, sino como una pregunta o una serie de preguntas positivas, que establecen límites al conocimiento propio… O para decirlo con Kant, todo lo que resumen las tres preguntas fundamentales de una filosofía crítica: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?
Ni el presidente ni ninguno de sus colaboradores son críticos, al contrario: se mueven en el terreno de la fe, el dogma y la creencia. La llamada “izquierda” en México no ha sido más que una impostación, más o menos elaborada, de los viejos dogmas que heredamos de la contrarreforma. Ya desde los años 80 Octavio Paz lo advirtió y lo denunció; y por eso, simbólicamente, lo quemaron en efigie frente a la embajada de EEUU —un acto del que fui testigo presencial. No me pregunto qué habría pensado Freud de ello, porque el significado simbólico es tan transparente y tan inmediato, que cuesta trabajo verlo y reconocerlo de frente: la confirmación en un acto de que todo lo que denunció Paz era cierto.
Regreso a FRENA y a los empresarios. Quienes hemos sido empresarios comprendemos, en la piel, la angustia que provoca no saber si lograremos pagar una nómina, el sacrificio personal que implica el echar a andar una empresa, la satisfacción de sacarla adelante, la tristeza de verla morir. La falta de empatía del gobierno con los empresarios representa un agravio profundo, uno más que no va a ser olvidado.
Pero los empresarios son en verdad una minoría y, casi todos, suelen creer que el mundo llega sólo hasta donde ven sus ojos. Se trata de un viejo analfabetismo social y político de clase, incluso uno filosófico y estético, que los vuelve a casi todos (porque hay notables excepciones) impermeables a las desgracias ajenas, esto es: aquellas que no suceden en su propia clase social o en su círculo cercano.
Este es el problema de fondo con FRENA: que no ven, no pueden ver más allá.
Quizá en FRENA hay, además, un error de origen: un país y un gobierno no son simplemente una empresa, son algo más. Hay, por supuesto, la dimensión de la administración (federal, estatal, municipal). Y esa administración, claro, debería estar siempre en manos de técnicos, que tomen decisiones técnicas. Pero, además, debe haber política, porque debe haber un sentido de Estado… Y eso no lo pueden dar simples “empleados”, meros técnicos, sino políticos y estadistas…
Una tarde con Salvador Allende
Creo que el movimiento que impulsa FRENA puede al contrario generar, sin quererlo, condiciones que ayuden a fortalecer el autoritarismo, antes de lograr su objetivo: forzar la dimisión al presidente. Es irónico, pero la historia del mundo está llena de ironías así. Sobran los ejemplos. Uno que me viene a la memoria es el de Chile y el golpe en contra del presidente Salvador Allende.
En alguno de sus libros o quizá en una entrevista, Régis Debray narró un encuentro con Allende, en su casa de veraneo, a mediados de 1973. Ese año, el presidente chileno había aceptado la renuncia del General Carlos Prats González de su cargo como Comandante en Jefe del Ejército chileno. Su sucesor fue un oscuro general, surgido del cuerpo de carabineros: Augusto Pinochet. Allende y Debray platicaban muy animados sobre el futuro del socialismo en América Latina. Una llamada interrumpió la charla: era Pinochet. Allende la atendió y Debray recuerda que el mandatario le daba gritos y órdenes al militar, incluso de forma déspota y grosera. Después de colgar y regresar, el intelectual francés, preocupado, le preguntó al presidente chileno si todo estaba en orden y éste le respondió que sí, que no era nada.
“Estos milicos que se creen gente”, le dijo Allende, con desprecio.
Un par de meses después vino el golpe de Estado y Chile vivió durante 15 años la larga noche de la dictadura. Si la ultraderecha (apoyada por la CIA y justificándose con el descontento de las clases medias) fue la gran responsable de esa infame degradación de la democracia, la izquierda (en su soberbia) tampoco fue inocente. Debo al historiador Enrique Ruiz García (que firmaba bajo el seudónimo Juan María Alponte), la comunicación verbal de esta anécdota, que no he logrado ubicar en los libros de Debray, pero que desde entonces me ha parecido iluminadora de la altanería de una izquierda que (como la Iglesia Católica) se cree la única portadora de la verdad.
Cito el caso Allende porque, en la psique del presidente, es el ejemplo paradigmático del golpe de Estado en contra de un movimiento revolucionario y de cambio. Allende, bien se sabe, es una especie de santón de la izquierda latinoamericana: un presidente injustamente depuesto por militares, apoyados por la CIA y por el gobierno de EEUU. Un caso ejemplar del tramposo victimismo latinoamericano. Creo que la anécdota humaniza a Allende: lo baja del pedestal, lo muestra soberbio y casado con sus propias ideas, convencido de que es invencible.
Un escenario inverso a lo que sucedió hace 47 años en Chile se podría dar hoy en México. Porque en lugar de forzar la salida de López Obrador, FRENA ayudará a crear las condiciones para que, desde el gobierno, se generen movimientos políticos y sociales que le den un mayor poder al presidente, encaminándonos a un régimen aún más autoritario. De sobra se conoce la máxima nietzschena: “Lo que no me mata, me hace más fuerte”.
Por su origen social, FRENA carece de una base social suficientemente amplia como para provocar la renuncia del presidente. No es que carezcan de argumentos: los tienen y pueden ser poderosos y convincentes. Lo que no tienen, lo que no podrán tener, es un respaldo suficientemente amplio en todo el país. Por eso, en su desesperación, promovieron esa infame carta dirigida a Donald Trump, donde alertan sobre la inminente llegada del socialismo a México. FRENA, al parecer, se olvidó de la historia nacional: un episodio en el que otros mexicanos (el hijo del propio Morelos, entre ellos, héroe en la guerra de Texas) fueron a ofrecerle el trono de México a un príncipe extranjero, que (otra vez, la ironía) era más liberal que su contrincante, Benito Juárez. Son gestos irresponsables y desesperados, que no van a ser perdonados por los nacionalistas.
Si resulta evidente, incluso para algunos líderes de FRENA, que carecen de base social, entonces una de dos: o son ingenuos, o son suicidas (y perversos). Pero, en cualquier caso, FRENA representaría una amenaza para la continuidad democrática de México, continuidad que debe resolverse en las urnas y por las vías legales, no en las calles, a bocinazos o cacerolazos, y con pancartas.
La vía democrática
En una mesa de opinión, convocada el 8 de mayo por Carlos Loret de Mola (disponible aquí: https://youtu.be/6lk1uY_D6i4), que reunió a María Amparo Casar, Enrique Krauze, Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda, todos ellos llegaron a la misma conclusión: la mejor opción para el país y para la democracia mexicana es quitarle a López Obrador y a Morena el mayor número de escaños en el Congreso, de gobernadores, de alcaldías y de representantes en los congresos estatales. Este escenario evitará, entre otras cosas, que el presidente y su partido sigan haciendo lo que les venga la gana, los obligará a negociar con la oposición y detendrá la destrucción de las instituciones democráticas que ha costado mucho poner en marcha.
FRENA le haría un gran servicio al país si mantiene su nivel de exigencia y de rechazo que ya ha generado, si apoya las controversias constitucionales interpuestas contra iniciativas de ley elaboradas desde la presidencia, pero moderando su demanda para que el presidente renuncie, canalizando la indignación hacia un castigo por la vía del voto y la vía legal.
Hoy mismo, en FRENA están jugando con fuego. Y todos podremos salir quemados.
NOTA: una versión abreviada de este texto se publicó en Eje Central. Aquí la liga: FRENA: jugar con fuego | Eje Central