Nuevas iglesias, adoctrinamiento y un liberalismo ingenuo

Nuevas iglesias, adoctrinamiento y un liberalismo ingenuo

En alguna entrevista (y en uno de sus cursos, publicado varios años después de su muerte: La hermenéutica del sujeto), Michel Foucault aseguró que el futuro de Occidente dependía de la síntesis de dos “escuelas de la sospecha”: el marxismo y el psicoanálisis (tomo el término “escuela de la sospecha” apuntando a la descripción hecha en 1966 por Paul Ricoeur, la tercera escuela le corresponde a Nietzsche).

Desgraciadamente, advirtió Foucault, desde la segunda década del siglo XX ambas se habían convertido en verdaderas “iglesias” secuestradas, una por el Partido (marxismo) y la otra por la Asociación (IPA: International Psychoanalytical Association). Ambos órganos, en realidad, se dedicaban a sancionar las desviaciones del cannon oficial (por ejemplo, el llamado “aburguesamiento” de la doctrina marxista) y a expulsar de su seno a los “herejes” (como Jung, como Lacan).

Un efecto negativo de ello fue la emasculación del pensamiento crítico al interior del marxismo y del psicoanálisis: su congelamiento, su esclerosis.

La posible salida, tal como la imaginó Foucault, fue proponer una profunda y dilatada reflexión sobre la espiritualidad, ajena de su expresión cristiana, que rastreaba su origen en las escuelas post-platonicas (cinismo, estoicismo). De ese impulso saldrán los brillantes seminarios que Foucault dictó en el College de France antes de su temprana muerte, que se confunden con la redacción de su Historia de la sexualidad.

Aquí vale la pena recordar que, en 1966, fue precisamente Foucault quien decretó la muerte del hombre y del humanismo (Las palabras y las cosas)… al menos, tal como Occidente lo había imaginado y razonado desde el siglo XVI.

Partisanos

Los llamados “grupos de estudio” que hoy organiza el partido en el gobierno —impulsados desde el Instituto de Formación Política de Morena (IFPM)— se inspiran en estas prácticas de control (antes denunciadas por Foucault: Microfísica del poder) que, lejos de promover una reflexión crítica de su movimiento, en realidad buscan el adoctrinamiento: crear tontos útiles para la causa.

Un ejercicio crítico, en el sentido recto del término (Kant), debería promover el establecimiento de límites sobre el alcance del movimiento morenista. Lejos de ello, se trata de aguerridos grupos de defensa, cuya finalidad es el adoctrinamiento de los simpatizantes. En otras palabras: crear zombis que repitan como tarabilla los dichos del líder y ataquen con adjetivos y con insultos a sus enemigos en las redes sociales.

No deja de ser curioso (aunque ya parece natural) que el verdadero ideólogo de Morena no sea Karl Marx (como piensan muchos despistados), sino el conservador y fascista Carl Schmitt y su teoría del amigo/enemigo (véase El concepto de lo político y Teoría del partisano).

Creo que la debilitada oposición en México no podrá derrotar a Morena y excluir su discurso polarizante mientras no haga un profundo examen y una crítica (otra vez, Kant) de las posturas schmitianas.

No se trata, nada más, de oponer una convicción liberal a lo que propone el célebre jurista alemán (como lo hizo, por ejemplo, Enrique Krauze en un artículo que publicó hace semanas en el diario Reforma). Es necesario, creo, desmontar también el aparato conceptual de Schmitt y mostrar su profunda incompatibilidad con una vida democrática, en la medida en que, por ejemplo, eleva a carácter cuasi-metafísico la figura del soberano (tradúzcase entre nosotros caudillo).

Un ejercicio así podría representar un salto evolutivo del liberalismo tradicional (y agregaría: ingenuo).