In memoriam
Para mi madre
Para mis hermanas y mi hermano
Para mis sobrinos: Val, Pato y Santi
Para Ale
Era Lourdes. Era María de Lourdes en el Registro Civil. Era Lulú para su mamá y para su papá. Era Lulú para sus hermanas y sus hermanos. Era Lulucita para sus abuelos, que fueron sus padrinos de bautizo. Era Bibis para Alejandro, su esposo. Era Má, Mamá o Mami para sus hijos: Valeria, Patricio y Santiago.
Era mi hermana, la que (en un acuerdo nunca hablado) se volvió la hermana mayor, la que por teléfono me dijo que papá había muerto.
Fuimos, a veces, en la adolescencia, cómplices y pareja de baile.
Y después nos alejamos.
Ella era práctica, muy concreta, siempre buscando cómo resolver un problema. Yo, en cambio, estudié filosofía, comencé a escribir y caí en el psicoanálisis.
Fue hija, hermana, esposa y madre. Soy padrino de Pato, uno de sus hijos.
Rescato, entre muchas, esta foto. Estamos de cuatro y cinco años: lado a lado, casi codo con codo. Ella sonriente, ella siempre un sol, ya parece ligeramente mayor que yo. Y yo tímido, un tanto opaco, casi pidiendo permiso para estar ahí, a su lado.
Ya para entonces, creo, se había sellado ese pacto entre ambos. Quizá lo decretamos sólo para que ella fuera “la mayor”. Quizá lo estableció para protegerme. O quizá fueron las dos cosas.
Hoy ya no está, hoy ya no es más.
Con los años, uno suele recordar cosas cada vez más lejanas. Cierro los ojos y la puedo ver dormida en su cama, a un lado de la mía, su cabello muy corto y de un castaño muy claro en las sienes, en aquél pequeño departamento donde vivíamos con nuestros padres.
Nos veo muchos años después, en una fiesta, bailando juntos —nos gustaba tanto bailar bump y hustle—, y recuerdo a Claudia, a la que conocí ese día, cuando creyó que mi hermana y yo éramos novios. Lulú y yo reímos mucho por ese equívoco.
La vida, a veces, puede ser extraña. La vida puede ser cabrona. Te hace parte de una manada y luego te arrebata un pedazo de tu propia vida y de tu memoria.
Sí, la vida puede ser muy cabrona y te puede hacer pedazos. Pero también es maravillosa… a ratos. Y sólo por esos momentos sé que vale la pena vivirla.
Recuerdo aquí a Borges, recuerdo su “recuerdo de los mayores”. Cuando ya ha transcurrido suficiente tiempo, a esa experiencia la solemos llamar memoria.
Yo hoy ya sólo tengo memoria y tengo palabras: palabras dichas, palabras escuchadas, palabras escritas, palabras que se perdieron y otras que sí llegaron.
Voy a sumergirme más en mi memoria. Y seré reaccionario, como López Velarde (poeta preferido por nuestro abuelo, su padrino). Y seré nostálgico. Y seré melancólico. Voy a recordarla un poco más.
Te quiero y te extraño, Lulú, hermana.