De sociópatas y de psicópatas (ideas alrededor de un texto)
Luis Antonio Espino —a quien ya he citado en este espacio— es, creo, el mejor analista de discurso político que tenemos en México. Sus observaciones son precisas y claras; sus análisis, puntuales y atinados (el curioso lector puede leerlo en su blog en el sitio de la revista Letras Libres). Espero que muy pronto Luis Antonio nos regale su diagnóstico del estado de cosas más reciente, considerando lo agitados que han sido los últimos días, en declaraciones y en hechos.
Pero quiero reflexionar sobre las declaraciones que hizo ese señor que cobra de presidente el pasado viernes 11 de febrero, especialmente cuando, o bien nos mintió descaradamente a los mexicanos acerca de los ingresos del periodista Carlos Loret de Mola, o bien violó la Ley de forma flagrante al dar a conocer datos confidenciales que toda autoridad está obligada a resguardar.
El asunto no tiene dobleces: o hizo una cosa, o hizo la otra. No hay punto intermedio. Como enseña el chiste: una mujer nunca está medio embarazada.
Me enviaron para su lectura y análisis la versión estenográfica de la conferencia mañanera del pasado viernes 11 de febrero del 2021.
Durante esa mañanera, el presidente abusó de su poder y faltó a su juramento: guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes que de ella emanan. Como Donald Trump, en esa fallida insurrección del 6 de enero de 2021, este otro populista se pasó por “el arco del triunfo” la Ley y lo hizo enfrente de todos. El detalle no es menor, no lo puede ser.
Pero la reacción, ese mismo día, de la sociedad mexicana organizada y apartidista fue emocionante, digna de reconocimiento y de genuina celebración. Después del 11 de febrero, sólo los muy miserables seguirán defendiendo a este gobierno.
Versión estenográfica
De arranque debo decir que fue muy doloroso leer este texto y no lo digo como metáfora. El cerebro protesta con fuerza ante la cantidad de sandeces que nos espeta el personaje, ante la vaguedad de un asunto que nunca cuaja en una idea precisa.
El señor divaga, asocia libremente, trae lo mismo un recuerdo que otro, cita a un poeta o recuerda alguna anécdota lejana y poco relevante. Quienes defienden a este gobierno, aseguran que la mañanera es “un ejercicio de comunicación circular”. Personalmente, no veo la comunicación por ningún lado, porque falta lo esencial: intercambio de ideas, diálogo abierto. Lo que hay es un ejercicio de propaganda política, apoyado en los delirios de una persona dominada por un rencor vivo (un “rencor sañudo”, lo llama José Gorostiza), que tiene poca relación con la realidad social, reflejo de una persona que vive en su muy personal “castillo de humo”, donde no hay pandemia ni cientos de miles de muertos por Covid-19, donde no hay crisis de empleo ni aumento de la pobreza, donde no hay pérdida acelerada de inversión, de libertades y garantías, etcétera.
No es sencillo seguirle el hilo y tratar de comprender la desordenada trama que teje y en la que, me parece, se enreda. Dicen que así son todas sus mañaneras. No comprendo cómo los medios de información en México siguen prestándole tanta atención. En EEUU, los principales medios decidieron dejar de cubrir en vivo las conferencias de prensa de Donald Trump y, así, colaborar con la difusión de mentiras y de información inexacta. Cada una de sus aseveraciones fue confrontada con la realidad. Al final de su gobierno, la cuenta arrojó más de 40 mil mentiras o “aseveraciones no verdaderas”. Pero en México, en sólo tres años de gobierno, el “residente” ya suma el doble: más de 80 mil mentiras o “aseveraciones no verdaderas” (según datos de SPIN).
Esta confusión mental ya dice mucho del hombre que habla. Como especialista en escucha psicoanalítica —y como alguien que ha escuchado a la psicosis hablar casi en pleno brote—, puedo confesar que la ansiedad y la confusión que este discurso me provocó es muy similar a la que sentí al oír de primera mano un discurso psicótico.
El desorden de ideas, la sintaxis fallida, la inconsistencia de los tiempos verbales (incluso en una misma frase), la obviedad de los adjetivos, la machacada repetición de ideas comunes que jamás se discuten o se aclaran, los saltos lógicos que rayan en lo absurdo… todo abona a un desconcierto donde nada queda claro.
No me consta, clínicamente, que el señor sea un psicótico, pero habla, observa, se comporta y reacciona como tal. Tengo para mí que es un sociópata (trastorno antisocial de la personalidad), pero sólo es mi idea.
Naufragio del yo
Sociopatía y y sociópata son palabras que derivan del latín socius (compañía, compañero) y del griego pathos (padecimiento que nos arrebata, que es algo sentido en el cuerpo). La línea que distingue a la sociopatía de la psicopatía es tenue y borrosa y, a veces, en la clínica, se confunden ambos términos. En general, un sociópata desconoce la Ley y agrede a los otros (i.e. un criminal o un asesino); el psicópata, en cambio, no sólo vive en una realidad sin leyes sino que puede agredirse a sí mismo y también a otros (esquizofrenia, paranoia, manía, etcétera). No son estados fijos sino conductas. Ningún loco es igual a otro loco, cada uno se sostiene en su propio delirio.
El psicótico es psicótico mientras delira; cuando no, permanece callado, pasmado, como si desconociera la realidad, su mirada nunca llega al otro: o nos traspasa o se cae a la mitad del camino. El sociópata lo es actuando, suele ser muy hablanchín, muy chorero y de todo tiene una opinión, pero además es intolerante, monta en cólera fácilmente y agrede sin provocación cuando se siente amenazado. El psicótico vive sumido en la angustia que lo captura; el sociópata, que siente también gran angustia, reacciona con enojo asesino. Hay otro rasgo común: ambos, sociópata y psicópata, viven en un mundo donde sólo existen ellos, una habitación cubierta de espejos; todo lo demás o es ilusión, o es los reflejos de un yo fracturado y en permanente amenaza de desaparecer.
En un libro notable que publicó el FCE en su Colección Popular, Las razones de la locura, uno de los entrevistados (enfermo psicótico en recuperación) definió a la locura como “el gran naufragio del yo”. La expresión da justo en el clavo, expone el núcleo del problema. El loco carece de yo porque éste se ha desintegrado, su yo ha naufragado en el océano oscuro y frio de lo inconsciente; sólo quedan relictos y pecios rotos de lo que yo fue. Quien haya tenido la experiencia de escuchar a un psicótico sabrá a lo que me refiero: la persona que conociste ya no existe más, su yo se ha hundido, es otro.
Pero el sociópata, acaso por su pulsión de dominio, parece que se mantiene en equilibrio sobre la delgada frontera de la psicosis, aunque sus delirios de grandeza y presunta importancia delatan también un yo fracturado y herido. Ya se sabe: en la clínica asegurar una cosa remite a su contrario. Asegurar que algo dicho o hecho no es en contra de equis persona, es la admisión de que se ha actuado precisamente en contra de esa persona. Decir “no soy vengativo”, delata un vivo deseo de venganza. A pesar de su aparente desorden, la locura suele ser transparente y con método. «There’s a method to his madness», reflexiona Polonio en el Hamlet de Shakespeare.
El mesías
He leído que la madre del señor que cobra de presidente (una señora, dicen, muy piadosa) le aseguró, cuando era niño o joven, que él estaba destinado a ser “el salvador de México”. No sé si sea cierto.
Pero esta anécdota me recordó aquél pasaje de los evangelios en el que un ángel le dice a María que su hijo será el Mesías que salvará al pueblo judío. Es probable entonces que esta idea de ser el salvador de la patria haya anidado profundamente en esa psique y que este hombre esté convencido de su verdad absoluta (después de todo, se lo dijo su mamá y las mamás nunca mienten).
Ello abonaría a los rasgos sociopáticos y hasta psicóticos que muchos podemos ver en él. Porque ha proyectado un delirio familiar o personal (un mito privado) como una verdad nacional e incuestionable. Existen otras anécdotas, muy perturbadoras, sobre su infancia.
El mesianismo, la presunta infalibilidad de su juicio, sus mórbidas fijaciones patológicas, la recurrente auto-referencialidad en su discurso, su presunto desinterés y el amor a esa borrosa realidad llamada Pueblo (“yo ya no me pertenezco”), el uso y abuso de las francas mentiras dichas de frente y sin pestañear, la incapacidad para escuchar y reconocer al otro enfrente de él —pero ¿cómo puede reconocer a otro si él mismo no se reconoce Otro?… todos esos son rasgos de una psicopatía aguda que parece ir en aumento.
Sus recientes problemas de salud (sobre los que se guarda absoluta secrecía) sólo parecen potenciar, cada vez más, sus males psíquicos más profundos, pero no constituyen la causa. Es, evidentemente, un hombre enfermo: del cuerpo y del alma (psique).
Sin embargo, contra lo que muchos afirman (el movimiento FRENAAA, por ejemplo) él no es la enfermedad de México, sino sólo un síntoma de una enfermedad que nos atañe a todos y que, tarde o temprano, tendremos que enfrentar si queremos ser verdaderamente libres.
Hace muchos años, en El perfil del hombre y la cultura en México, Samuel Ramos escribió que los fantasmas se disuelven a la luz de la razón. Años después, Octavio Paz, que suscribe esta idea de Ramos, sugirió sustituir el término “razón” por la palabra “crítica”: «La crítica es el ácido que disuelve a los ídolos.» (Posdata)
Arrojar luz sobre nuestros fantasmas es nuestra tarea urgente, hoy. Para ser libres nos hace falta disolverlos.