Mañana votamos
Para mis amigas Gabriela Sotomayor y Alejandra Latapí,
mujeres valientes y demócratas.
Mañana 2 de junio es el día —mañana, en México, quienes realmente tenemos el poder somos los ciudadanos. Mañana es el día del ciudadano. Mañana decidimos —algunos lo haremos libremente, otros lo harán condicionados o coercionados, otros (por diversas razones) se abstendrán, dejando que los demás decidamos por ellos.
Mañana vamos a decidir el futuro: mañana colectivamente decidiremos, poniendo a voto cuál debe ser el rumbo de México. Para mí, el simple hecho de poder hacerlo en libertad y en paz, me llena de emoción y orgullo.
La primera vez que voté en una elección federal, en el fondo sabía que mi voto no contaba y quizá tampoco era contado. Debí esperar 15 años para que esas condiciones cambiaran.
De manera que, en el transcurso de mi vida, pasé del autoritarismo priista a la construcción democrática a la amenaza de un retorno al autoritarismo —y esa es una experiencia que comparto con millones más.
Hoy los votos todavía cuentan y se cuentan. De nosotros depende que eso continúe.
De nosotros depende defender una República con separación de Poderes, de nosotros depende la independencia del Poder Judicial y la capacidad de ser representados todos en el Poder Legislativo; de nosotros depende defender la Libertad y tener un gobierno que esté obligado a darle cuentas a sus gobernados (que son, que somos el Poder Supremo).
Más que sólo palabras
Esto no es simple palabrería. Se trata de verdades que son convicciones y que han significado para este país un costo terrible y mortal.
Tardamos casi 180 años para poder darnos el piso mínimo de la democracia: elecciones libres con votos que cuentan y se cuentan. Ese piso mínimo hace posible resolver nuestros múltiples desacuerdos a través de un diálogo entre todos y no por la fuerza, no por las balas, no por la dictadura de las mayorías. Ese piso mínimo nos hace un país digno, que puede dialogar con otros países, con otras sociedades. Un país digno de ser parte de la gran civilización humana.
En alguna otra parte he escrito que hay dos conceptos freudianos que explican nuestro errático proceder durante nuestra historia: compulsión a la repetición y retorno de lo reprimido.
Repetición porque, como el triste personaje de la canción del gran José Alfredo Jiménez, siempre caemos “en los mismo errores” y siempre hemos de “llorar por los mismos dolores”. Al menos ese sería el mito que en el imaginario colectivo ha apresado el alma de México.
El llamado retorno de lo reprimido es más complejo (y mucho más violento). Nuestra historia, ya se sabe, ha sido mál contada y peor asimilada. Dos luminosos ensayos de Luis González de Alba ilustran lo que digo —su “Mentiras de mis maestros” de 1996 y su “Mentiras de la Independencia” de 2009 (se requiere suscripción para acceder al contenido). Remito al lector a esos textos que, de manera breve, desenmascaran las muchas mentiras que nos hemos contado desde hace décadas.
¿Cuál es el efecto de contarnos mentiras? Que el pasado, no asimilado y peor comprendido, tiende a regresar incesantemente, creando una interminable cadena de violencia —un eterno retorno de lo mismo (Nietzsche).
En su Moisés y la religión monoteísta (1938), Freud detectó ese retorno de lo reprimido en el desarrollo de la religiosidad del pueblo judío. No sobra destacar aquí la enorme influencia que tal ensayo tuvo en pensadores de México como Octavio Paz.
Para salir del laberinto
¿Qué rompe esa repetición y ese retorno de lo mismo? La respuesta será sorprendente para muchos: un relato. Pero no un relato cualquiera, sino un relato que, corrigiéndose, con el paso del tiempo colectivamente va desechando la mentira y construye una verdad en la que podamos caber todos.
Ese relato, para poder desarrollarse, exige poderes independientes, multiplicidad de voces y opiniones, respeto y tolerancia, abandono del nefasto centralismo y del torvo presidencialismo que enmascara al Gran Tlatoani, el gran Cacique Gordo, el viejo y enorme Sapo Verde que tanto detestó el gran José Revueltas.
Pero dejar de contarnos mentiras nos exige valor, nos exige estar dispuestos a abandonar ciertas creencias, a desprendernos de valores que pensamos inmaculados y que se plasman en nuestro Escudo Nacional: el Águila (símbolo de la nobleza y de lo más Alto) debe devorar a la pérfida Serpiente (traicionera y baja, rastrera). No por nada, en algunas representaciones de la Virgen de Guadalupe y de la Virgen maría, la cabeza de la Serpiente es aplastada por su pie derecho. Seamos o no creyentes, nuestros símbolos fundantes hablan, nunca han estado mudos.
Cuando dejemos de contarnos mentiras, cuando estemos dispuestos a poner en duda nuestras más íntimas creencias, cuando seamos capaces de abrazar la incertidumbre (esa que nos hace modernos), entonces podremos aspirar a ser ciudadanos —mujeres y hombres independientes y libres, dispuestos a decidir por sí mismos.
Mañana es uno de esos días en que debemos acudir a las urnas para rechazar y condenar el uso de la mentira como herramienta de dominación política y engaño colectivo. Si un sólo valor debe privar mañana es el de la Verdad. Porque sin Verdad no habrá Vida… y tampoco habrá Libertad posible.
Mañana votamos.